¡Ah, las joyas del siglo XXI: las “stablecoins”, esas criptomonedas que prometen mantener la calma mientras el resto del mercado se pone a sudar nervioso. Pues bien, en el reino de la lluvia, el té y el “Keep Calm”, Banco de Inglaterra ha decidido ponerse el traje de regulador serio y ha sacado una propuesta que dice algo así como “Queridos emisores de stablecoins sistémicas, si queréis jugar en esta liga, preparad unas cuantas reglas”.
El Banco de Inglaterra ha planteado que las emisoras de stablecoins que podríamos considerar “sistémicas” o sea, lo suficientemente grandes como para que si fallan, se siente como un terremoto financiero, podrían estar obligadas a destinar hasta el 60% de sus reservas en deuda pública. Lo que es decir, una gran parte de su “colchón de seguridad” no sería una caja mágica llena de dólares en Bahamas, sino inversión en bonos soberanos (que, por cierto, tienen riesgo también, spoiler).
El objetivo formal: dar mayor estabilidad, reducir riesgos de contagio, asegurar que si la crypto-barquita se hunde, no arrastra todo el puerto financiero con ella.
¿Qué pretende el regulador? Aumentar la confianza en las stablecoins. Si las entidades saben que hay una parte “bien regulada” de la reserva, quizá los usuarios piensen “venga, lo suficiente seguro para meter unos cientos de libras o euros”. Limitar el riesgo sistémico el que que una gran emisora de stablecoins no desaparezca de la noche a la mañana llevándose el corazón bancario del Reino Unido. Vincular, de alguna forma, el mundo cripto al mundo “real” (o al menos al mundo regulado). Si las reservas están en deuda pública, la supervisión se hace más clara.
¿Qué gana el ciudadano? tú, que lees esto tomando un café, si tú:
Ventaja: mayor seguridad aparente. Una stablecoin más regulada puede ofrecer mejor tranquilidad que una prometiendo “reserva total en oro de duendes”.
Ventaja: mercado un poco más transparente → menos sorpresas desagradables (aunque “menos sorpresas” no significa “ninguna sorpresa”).
Desventaja: podrían limitar quién puede emitir stablecoins “fuera del sistema”. Eso significa menos opciones “wild-west”. Si te mola montar algo arriesgado, quizá se estrecha el panorama.
Desventaja: ese “hasta 60% en deuda pública” también implica que la liquidez podría reducirse si todo está atado en bonos que no se pueden convertir instantáneamente en dinero real cuando los usuarios salgan en masa. Si hay pánico, ese “seguro” puede tardar en activarse.
¿Y los bancos y entidades financieras? ¿Qué están pensando mientras toman su té?
Ganan: la regulación puede hacer que las stablecoins reguladas entren en sus ecosistemas, aligerando el camino para colaboraciones banca-cripto. Menos “grey zone”, más “vamos a jugar limpio”. Si las stablecoins reguladas crecen, los bancos podrían beneficiarse mediante custodia, emisión, integración.
Pierden: si las stablecoins reguladas compiten directamente con servicios bancarios tradicionales (depósitos, transferencias, etc.), los bancos ven disminuida su cuota de negocio. Y si el nuevo régimen favorece triunfar a emisores cripto regulados, los bancos “vieja escuela” pueden quedarse mirando desde la barandilla.
Ganan: al reducirse el riesgo sistémico, los bancos tienen menos exposición a “cripto-shock”. Eso reduce la posibilidad de una crisis que lleve consigo pérdidas bancarias.
Pierden: si los emisores de stablecoins consiguen (gracias a regulación) mejores márgenes, menores costes y mayor confianza, pueden robar parte del negocio bancario tradicional, como la captación de fondos o los pagos instantáneos.
Así que la propuesta del Banco de Inglaterra es bastante sensata desde un punto de vista regulador “Queremos stablecoins que no sean bombas de relojería, así que vamos a meterlas bajo supervisión, y parte de su reserva irá en deuda pública para que haya más respaldo”.
También es un mensaje para el mercado “Sí, queremos innovación, pero no queremos caos”.
Para el usuario, es mejor en teoría, pero siempre con la coletilla de “la teoría es bonita, la práctica… ya veremos”.
Para los bancos, sin ninguna duda puede ser tanto una amenaza como una oportunidad. Depende de cómo jueguen sus cartas.