El Banco Sabadell ha tenido unos días moviditos, con una gran celebración épica post-OPA, discursos heroicos, copas levantadas como si hubieran reconquistado media Europa y por supuesto, el gran gesto corporativo, regalar 300 acciones a sus empleados directos. Una escena digna de manual, concretamente del capítulo titulado:
“Cómo aparentar que valoras a tu gente sin invertir un euro más del estrictamente necesario”.
Y ahí es donde aparece nuestro viejo conocido, el Branding Corporativo, ese concepto que en las presentaciones brilla más que los LEDs de una keynote tecnológica, pero que en la vida real funciona básicamente como granada de humo. Sí, de esas que lanzas para desorientar al enemigo… o al público. Porque en el fondo, mucho slogan, mucho valor corporativo y mucha palabra emocional, pero cuando llega el momento de demostrarlo: puf, humo y más humo. Del bueno. Del que no deja ni rastro.
Mientras tanto, en la retaguardia del campo de batalla, invisibles como los técnicos que arreglan la Estrella de la Muerte entre escena y escena, están los verdaderos soldados, y estos son los trabajadores de las subcontratas. Los que atienden al cliente mientras tú duermes, mientras tú cenas, mientras celebras la victoria o mientras el servidor explota. Los que reciben quejas, enfados, problemas y marrones que harían llorar a un stormtrooper.
Y a ellos, ¿que les tocó?
Nada.
Ni acciones.
Ni medalla honorífica.
Ni diploma.
Ni siquiera un “oye, gracias por aguantar la metralla”.
Ni agua.
Literalmente.
Luego, eso sí, aparecen campañas de branding con música emocional, planos a cámara lenta, empleados sonriendo en un banco que parece sacado de un universo paralelo y palabras tan grandiosas como “compromiso”, “proximidad” y “nuestro equipo es lo primero”. O lo que es lo mismo... el catálogo completo del “PowerPoint Emocional Anual”.
Pero la realidad es otra, la Marca no es lo que dices que eres, sino lo que la gente vive cuando trata contigo. Y si la mitad del ejército recibe 300 acciones y la otra mitad, los que realmente sostienen el escudo, lo que recibe es indiferencia, pues oye… igual la narrativa corporativa no encaja del todo con la experiencia real.
Y aquí viene el mejor giro irónico de guerra moderna:
Mientras tanto, en la zona noble del cuartel general, los empleados de oficina, sí, los mismos que cuando vas a hacer una consulta te intentan vender un seguro, una alarma o un unicornio financiero, estos celebran felices con su lote de acciones y su palmada en la espalda. Eso sí, cuando necesitan resolver algo serio o incluso, no tan serio del cliente…acaban llamando al teléfono o al chat, donde están esos soldados olvidados.
Porque “mejor llamamos a atención al cliente, que ellos seguro que te lo solucionan”.
Ironías del campo de batalla digital.
Al final, si la identidad de marca fuera una guerra real, el marketing sería la cortina de humo para ocultar que bajo la bandera corporativa hay desigualdad, incoherencia y decisiones hechas con Excel, no con corazón.
Pero tranquilos, la próxima campaña en LinkedIn saldrá preciosa. Filtro azul, música suave y todos muy comprometidos.